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Clásico de Rosario: un fracaso mayúsculo con la cultura del aguante como bandera de la derrota colectiva

La desintegrada sociedad argentina no distingue colores, banderas ni poder adquisitivo a la hora de exponer su odio, desprecio y sed de venganza para quienes viven, sienten o piensan distinto

1 OCTUBRE, 2023

Por Marcos Vizcarra

Saludar a un jugador del clásico rival después de una derrota en el campo del juego se convirtió en una señal despectiva para quienes viven convencidos de que su felicidad depende de lo que logre su equipo dentro de una cancha. Para quienes se sienten ganadores o exitosos solo si un grupo de jugadores logran una victoria cada fin de semana. Ir a la cancha de Rosario Central o de Newells Old Boys se ha convertido en una excursión de riesgo. Es llegar y antes de bajar del auto ya dejar más de 1.000 pesos a una persona que al minuto de comenzado el partido ya no estará más en el lugar. Es caminar las cuadras que te separan del estadio por una marea humana que se ahoga en alcohol hasta instantes antes de que salgan los equipos. La sociedad actual ya casi no concibe una instancia de disfrute sin el consumo (previo, durante y posterior) de alguna sustancia psicoactiva. La avenida Avellaneda o el Parque de la Independencia terminan, domingo de por medio, con una manta de botellas y latas vacías propio del consumo desmedido de alcohol en la previa.

La desintegrada sociedad argentina ya no distingue colores, banderas ni poder adquisitivo a la hora de exponer su odio, desprecio y sed de venganza para quienes viven, sienten o piensan distinto. Diferencias insalvables potenciadas por el descontrol, el consumo y el resentimiento. 

Ser hincha de un club. Estar afiliado a un partido político nos define como individuos, nos da sentido de pertenencia. Nos identifica en las formas, pero no nos hace mejores ni superiores. Tampoco nos pone en la situación de tener que aniquilar al otro, ni mucho menos hacer que nos olvidemos de que lo que hacemos o dejamos de hacer en términos individuales es lo que nos construye en lo colectivo. ¿Cuándo fue que comenzamos a convertirnos en esto. Cuándo fue que nos inoculamos el virus del odio y del resentimiento. De entender que nuestro éxito y/o fracaso pasa por lo que pueda o no hacer el otro? 

Cuándo será el momento en que nos detengamos a ver que estamos todos, pero todos perdiendo por goleada este partido. Que formamos parte de una sociedad cada día más violenta y más intolerante. Una ciudad invivible, cada vez menos amigable. Una ciudad donde ya no podes ponerte la camiseta de tu equipo porque corre riesgo tu vida. Una sociedad que no se da cuenta que está perdiendo cada vez más libertades, en la que todos los días ganan los malos, los violentos. Una ciudad donde ya no podes ir a la cancha en familia, tomar mate en la vereda o jugar en la calle. Una ciudad que dejó de ser ferroviaria, productiva e industrial para ser una ciudad de servicios. Una ciudad que expulsa, te margina, te lleva a ser soldadito. Te deja sin nada y luego te encierra. Una ciudad que te empobrece, una ciudad sin control. Una sociedad que no logra a ver que estamos perdiendo todos el partido.

Una cultura del aguante que castiga a un hombre prestigioso por saludar a un jugador rival luego de una derrota. Un hombre prestigioso como Gabriel Heinze. Un hombre prestigioso no solo por sus logros individuales y colectivos como jugar en Europa y ser indiscutido durante años en la Selección Argentina de Fútbol. Un hombre prestigioso por su conducta, por su respeto, por su seriedad. Un hombre al que señalan por vivir “equivocado” en una sociedad enferma y que deseo que su nivel de enfermedad no llegue a un estado terminal.   

 

           

     

 

     

Imagen, cortesía loquepasa.net

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